BordeRío
Identidad estratégica para un centro de convergencia cultural
Identidad estratégica para un centro de convergencia cultural


Contexto
Contexto
En las orillas del río Mapocho, Borderío había sido durante los años 90 el centro gastronómico de lujo por excelencia de Vitacura. Un lugar donde la élite santiaguina se reunía para celebrar ocasiones especiales. Pero el tiempo no perdona, y lo que alguna vez fue símbolo de sofisticación se había convertido en un espacio que las nuevas generaciones percibían como pretencioso y desconectado de la ciudad contemporánea.
Sin embargo, algo estaba cambiando. Los nuevos locatarios comenzaban a mostrar una cara más acogedora y cosmopolita. Espacios que operaban con pasión genuina, donde la hospitalidad superaba la formalidad. La administración de Borderío reconoció esta transformación orgánica y vio una oportunidad única: reimaginar completamente su identidad para convertirse en el lugar de convergencia cultural más relevante de Santiago.
El desafío era monumental. En una ciudad fragmentada, donde los centros comerciales dominaban la vida social, Borderío aspiraba a ser algo radicalmente diferente: un espacio que ofreciera una experiencia cultural holística para todos los públicos, de todas las edades, en todos los ámbitos de interés. Un lugar que revitalizara la ciudad misma.
En las orillas del río Mapocho, Borderío había sido durante los años 90 el centro gastronómico de lujo por excelencia de Vitacura. Un lugar donde la élite santiaguina se reunía para celebrar ocasiones especiales. Pero el tiempo no perdona, y lo que alguna vez fue símbolo de sofisticación se había convertido en un espacio que las nuevas generaciones percibían como pretencioso y desconectado de la ciudad contemporánea.
Sin embargo, algo estaba cambiando. Los nuevos locatarios comenzaban a mostrar una cara más acogedora y cosmopolita. Espacios que operaban con pasión genuina, donde la hospitalidad superaba la formalidad. La administración de Borderío reconoció esta transformación orgánica y vio una oportunidad única: reimaginar completamente su identidad para convertirse en el lugar de convergencia cultural más relevante de Santiago.
El desafío era monumental. En una ciudad fragmentada, donde los centros comerciales dominaban la vida social, Borderío aspiraba a ser algo radicalmente diferente: un espacio que ofreciera una experiencia cultural holística para todos los públicos, de todas las edades, en todos los ámbitos de interés. Un lugar que revitalizara la ciudad misma.
En las orillas del río Mapocho, Borderío había sido durante los años 90 el centro gastronómico de lujo por excelencia de Vitacura. Un lugar donde la élite santiaguina se reunía para celebrar ocasiones especiales. Pero el tiempo no perdona, y lo que alguna vez fue símbolo de sofisticación se había convertido en un espacio que las nuevas generaciones percibían como pretencioso y desconectado de la ciudad contemporánea.
Sin embargo, algo estaba cambiando. Los nuevos locatarios comenzaban a mostrar una cara más acogedora y cosmopolita. Espacios que operaban con pasión genuina, donde la hospitalidad superaba la formalidad. La administración de Borderío reconoció esta transformación orgánica y vio una oportunidad única: reimaginar completamente su identidad para convertirse en el lugar de convergencia cultural más relevante de Santiago.
El desafío era monumental. En una ciudad fragmentada, donde los centros comerciales dominaban la vida social, Borderío aspiraba a ser algo radicalmente diferente: un espacio que ofreciera una experiencia cultural holística para todos los públicos, de todas las edades, en todos los ámbitos de interés. Un lugar que revitalizara la ciudad misma.
El desafío consistía en transformar un centro gastronómico tradicional en un espacio de experiencias holísticas que atrajera a todos los públicos. Borde necesitaba convertirse en una alternativa real para quienes buscan algo más que un centro comercial: un lugar donde la gastronomía, el deporte, el arte, la entretención, la vida al aire libre y los encuentros sociales convergen naturalmente.
El desafío consistía en transformar un centro gastronómico tradicional en un espacio de experiencias holísticas que atrajera a todos los públicos. Borde necesitaba convertirse en una alternativa real para quienes buscan algo más que un centro comercial: un lugar donde la gastronomía, el deporte, el arte, la entretención, la vida al aire libre y los encuentros sociales convergen naturalmente.
El desafío consistía en transformar un centro gastronómico tradicional en un espacio de experiencias holísticas que atrajera a todos los públicos. Borde necesitaba convertirse en una alternativa real para quienes buscan algo más que un centro comercial: un lugar donde la gastronomía, el deporte, el arte, la entretención, la vida al aire libre y los encuentros sociales convergen naturalmente.
Brief
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Irrumpe
La nueva identidad emergió con claridad cristalina: Borde. Un nombre que abraza su posición única como el límite vibrante de la ciudad, donde todo converge. La propuesta de valor se sintetizó en una promesa simple pero profunda: "Somos tu segunda casa".
Esta más que frase de marketing, era la traducción perfecta de la cultura interna del equipo a una experiencia tangible. Si ellos se sentían como hosts de una gran fiesta, entonces Borde debía ser el lugar más acogedor de Santiago, una extensión del hogar donde todos pudieran sentirse bienvenidos.
El sistema de experiencia se diseñó en microexperiencias interconectadas que reflejaban esta filosofía:
El lugar: Un espacio modular que invita a estar las 24 horas del día. Café por la mañana, brunch al mediodía, tragos por la tarde. El refugio perfecto cuando llueve.
Experiencias culinarias: Eliminando toda pretensión, la oferta gastronómica se planteó como el cruce simple entre contexto y una experiencia deliciosa pero austera para cada ocasión.
Comunidad: Un sistema de CRM desde el día cero para conocer a cada visitante y ofrecerle justo la experiencia que busca, cuando la busca.
Contenido: Un área dedicada a asegurar que en Borde constantemente pasen cosas. Música nueva, artistas emergentes, encuentros inesperados.
Shopping sin fricciones: Todas las transacciones online, creando un espacio donde el dinero nunca interrumpe la experiencia humana.
La identidad visual reflejaba una personalidad optimista, aventurera, independiente y confiada. Una marca que ve el mundo con la mejor luz posible, que prefiere el riesgo a la repetición, que cree que una buena idea puede salvar el día.
El resultado fue una transformación radical. De Borderío, el centro gastronómico que pierde relevancia, a Borde: el corazón palpitante donde Santiago converge.
La nueva identidad emergió con claridad cristalina: Borde. Un nombre que abraza su posición única como el límite vibrante de la ciudad, donde todo converge. La propuesta de valor se sintetizó en una promesa simple pero profunda: "Somos tu segunda casa".
Esta más que frase de marketing, era la traducción perfecta de la cultura interna del equipo a una experiencia tangible. Si ellos se sentían como hosts de una gran fiesta, entonces Borde debía ser el lugar más acogedor de Santiago, una extensión del hogar donde todos pudieran sentirse bienvenidos.
El sistema de experiencia se diseñó en microexperiencias interconectadas que reflejaban esta filosofía:
El lugar: Un espacio modular que invita a estar las 24 horas del día. Café por la mañana, brunch al mediodía, tragos por la tarde. El refugio perfecto cuando llueve.
Experiencias culinarias: Eliminando toda pretensión, la oferta gastronómica se planteó como el cruce simple entre contexto y una experiencia deliciosa pero austera para cada ocasión.
Comunidad: Un sistema de CRM desde el día cero para conocer a cada visitante y ofrecerle justo la experiencia que busca, cuando la busca.
Contenido: Un área dedicada a asegurar que en Borde constantemente pasen cosas. Música nueva, artistas emergentes, encuentros inesperados.
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La identidad visual reflejaba una personalidad optimista, aventurera, independiente y confiada. Una marca que ve el mundo con la mejor luz posible, que prefiere el riesgo a la repetición, que cree que una buena idea puede salvar el día.
El resultado fue una transformación radical. De Borderío, el centro gastronómico que pierde relevancia, a Borde: el corazón palpitante donde Santiago converge.
La nueva identidad emergió con claridad cristalina: Borde. Un nombre que abraza su posición única como el límite vibrante de la ciudad, donde todo converge. La propuesta de valor se sintetizó en una promesa simple pero profunda: "Somos tu segunda casa".
Esta más que frase de marketing, era la traducción perfecta de la cultura interna del equipo a una experiencia tangible. Si ellos se sentían como hosts de una gran fiesta, entonces Borde debía ser el lugar más acogedor de Santiago, una extensión del hogar donde todos pudieran sentirse bienvenidos.
El sistema de experiencia se diseñó en microexperiencias interconectadas que reflejaban esta filosofía:
El lugar: Un espacio modular que invita a estar las 24 horas del día. Café por la mañana, brunch al mediodía, tragos por la tarde. El refugio perfecto cuando llueve.
Experiencias culinarias: Eliminando toda pretensión, la oferta gastronómica se planteó como el cruce simple entre contexto y una experiencia deliciosa pero austera para cada ocasión.
Comunidad: Un sistema de CRM desde el día cero para conocer a cada visitante y ofrecerle justo la experiencia que busca, cuando la busca.
Contenido: Un área dedicada a asegurar que en Borde constantemente pasen cosas. Música nueva, artistas emergentes, encuentros inesperados.
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La identidad visual reflejaba una personalidad optimista, aventurera, independiente y confiada. Una marca que ve el mundo con la mejor luz posible, que prefiere el riesgo a la repetición, que cree que una buena idea puede salvar el día.
El resultado fue una transformación radical. De Borderío, el centro gastronómico que pierde relevancia, a Borde: el corazón palpitante donde Santiago converge.