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Bio Hacking
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Hablemos de lo hermoso y aterrador que es el cuerpo humano
Hablemos de lo hermoso y aterrador que es el cuerpo humano
EPISODIO: 2-C
LECTURA 6 MINUTOS
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El cerebro humano representa una de las estructuras más fascinantes del universo conocido. Estamos hablando de 1,4 kilogramos de tejido que alberga 86 000 millones de neuronas, organizadas en dos hemisferios principales, cada uno dividido en cuatro lóbulos especializados. Esta masa aparentemente simple funciona como un puente extraordinario entre el mundo físico tangible y ese ámbito sutil donde habitan nuestros pensamientos, imaginación y voz interior.
La velocidad de transmisión neuronal varía dramáticamente según el tipo de fibra: desde 0.5 metros por segundo en fibras no mielinizadas hasta 120 m/s en las superautopistas mielinizadas. Esta variabilidad es fundamental para entender cómo diferentes procesos cognitivos operan a distintas velocidades: tu reflejo de retirar la mano del fuego viaja mucho más rápido que tu capacidad de filosofar sobre el dolor.
La sinapsis, ese espacio microscópico donde las neuronas se comunican mediante un ballet químico-eléctrico, constituye la base de absolutamente todo lo que eres. Percepción, atención, memoria, lenguaje, emociones, toma de decisiones, control motor... todo depende de estos pequeños saltos de información entre células. Cuando una neurona transmite repetidamente señales a otra, el espacio sináptico se potencia, facilitando futuras transmisiones y creando los surcos neurales que definen quién eres.
Tal es el poder de este órgano que múltiples culturas le atribuyen capacidades trascendentales. El cerebro-mente se concibe como el puente que nos conecta con lo divino, el todo, el universo o como quieras llamarle, a través de prácticas como la meditación, la oración o la manifestación. La neurociencia contemplativa demuestra que estas prácticas generan cambios estructurales medibles: los meditadores experimentados muestran mayor grosor de materia gris y mejor integración cortical.
Tu cerebro puede ser aterrador
Aquí viene el dato que cambia todo: tu cerebro consume aproximadamente el 20% de toda la glucosa que circula en tu sangre, pese a representar solo el 2% de tu peso corporal. Es literalmente el órgano más glotón de tu anatomía en términos energéticos. Cada neurona, cada sinapsis, cada pensamiento requiere un suministro constante de combustible.
La glucosa es el alimento preferido de las neuronas. Tu capacidad de concentración, memoria y procesamiento cognitivo depende directamente de un suministro estable de este azúcar simple. Pero aquí empieza el problema: para que la glucosa entre a las células (incluidas las neuronas), necesitas insulina.
La insulina funciona como una llave maestra que abre las puertas celulares para permitir la entrada de glucosa. Se produce en las células beta del páncreas y viaja por el torrente sanguíneo, indicándole a cada célula: "hey, aquí hay combustible disponible, ábrete". En condiciones normales, este sistema funciona con la precisión de un reloj suizo.
El drama comienza cuando este sistema elegante se enfrenta a un entorno para el cual jamás evolucionó. Nuestros genes prácticamente no han cambiado en 120 000 años, pero pasamos de comer ocasionalmente frutas silvestres y miel a bombardear nuestro sistema con azúcares refinados desde el desayuno hasta la cena.
Cuando produces insulina constantemente desde la infancia, tus células eventualmente dicen "basta". Los receptores se vuelven sordos a la señal hormonal, instalándose la resistencia a la insulina. Felicitaciones, acabas de ganar el boleto de entrada al club de las enfermedades metabólicas modernas.
Cuando tus células se vuelven resistentes a la insulina, tu cerebro hambriento de glucosa entra en pánico. Las neuronas no están recibiendo el combustible que necesitan, pese a que tu sangre está llena de azúcar. Es como morirse de sed en medio del océano.
Tu cerebro interpreta esta falta de combustible celular como una emergencia vital. Activa el modo supervivencia mediado por cortisol, la hormona del estrés. El mensaje es claro: "NECESITO ENERGÍA AHORA". Esto genera ansiedad intensa, irritabilidad, dificultad para concentrarse, fatiga mental y un hambre inacabable, específicamente por carbohidratos rápidos.
Felicitaciones, entraste en el loop
Cuando tu cerebro necesita glucosa → comes carbohidratos para calmarlo → sube el azúcar en sangre → se libera insulina → las células no responden adecuadamente → el cerebro sigue sin recibir suficiente combustible → más cortisol → más ansiedad → más antojos de azúcar → comes más carbohidratos. Cada vuelta del ciclo empeora la resistencia y aumenta la inflamación.
Este cortisol elevado sin propósito físico genera un estado de inflamación hasta reducir el tamaño de tu corteza prefrontal, la parte del cerebro responsable del control ejecutivo y la toma de decisiones racionales. Tu capacidad de decir "no" a esa dona se deteriora físicamente con cada ciclo. NO ERES TU CUANDO TIENES ESTE TIPO DE HAMBRE.
La inflamación crónica resultante constituye el sustrato de múltiples enfermedades autoinmunes. El sistema inmunológico, confundido por el estado inflamatorio constante, comienza a atacar tejidos propios. El síndrome del intestino permeable, donde la barrera intestinal se compromete permitiendo el paso de toxinas al torrente sanguíneo, agrava aún más la situación.
En este contexto, buscar alimentos realmente nutritivos se convierte necesariamente en un acto de resistencia política, ¡No porque yo quiera! Pero qué mierda! Entras a cualquier supermercado y el 95% de lo que encuentras es caca. Es pura comida pateada, o diseñado para mantenerte en este loop. Incluso en los supermercados “premium”, la mayoría de productos contienen ingredientes inflamatorios, incluso los que disfrazan de "saludable".
Comer versus nutrir
Los alimentos ultraprocesados se caracterizan por ser ricos en azúcares libres, grasas saturadas y sodio, con escaso contenido de fibras, proteínas, vitaminas y minerales. Su consumo se asocia directamente con aumento de morbimortalidad por enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2 y cáncer.
El eje intestino-cerebro mantiene comunicación bidireccional constante. Los neurotransmisores clave como dopamina y serotonina se producen mayoritariamente en el intestino: 50% y 90% respectivamente. Los ultraprocesados alteran la microbiota intestinal, generando disbiosis que afecta directamente tu estado mental y emocional.
Comer comida real se vuelve un statement político. Es reconocer que mientras tu cerebro siga atrapado en el bucle glucosa-insulina-cortisol, jamás tendrás la energía ni claridad mental para ver la realidad. Es entender que un cerebro inflamado y estresado es un cerebro dócil, predecible y controlable.
Las redes, por otro lado, nos mantienen atrapados a través de una manipulación sofisticada de los impulsos cada día más complejos. Si te costaba controlarte solo con imaginar comida, imagina lo que pasa cuando la ves en 4K, ASMR, optimizado para tu retención.
Los ultraprocesados son una delicia, pero literalmente destruyen nuestro sistema de recompensas. Las combinaciones altas de azúcar, grasa y sal crean una hiperpalatabilidad que condiciona al cerebro para desear más, más y más. Tu cerebro, ese órgano hambriento de glucosa, se vuelve adicto a los picos rápidos de azúcar que estos productos proporcionan.
Estamos hablando de "no-comida": productos que llenan sin nutrir, perpetuando el hambre a nivel celular. Tu cuerpo sigue pidiendo nutrientes que nunca llegan, generando un ciclo vicioso de consumo que beneficia a la industria mientras destruye tu salud.
El despertar de tu consciencia metabólica
La buena noticia es que el bucle puede romperse. El ayuno intermitente tiene buena fama porque ha demostrado ser una herramienta poderosa para revertir la resistencia a la insulina, con reducciones significativas en biomarcadores inflamatorios.
Lamentablemente, no se trata de llegar y decir hoy día como y mañana no. Al menos no sin supervisión médica.
Romper ese ciclo requiere entender primero que estás en él. Requiere ver a través del marketing, reconocer la no-comida como lo que es, y tomar decisiones conscientes sobre qué entra por tu boca. Lo peor de todo sí, es que requiere de mucha valentía para ir contra una corriente que —perdón que risa esto, pero justo va todo junto: romantiza la normalización del envenenamiento sistemático.
Lol.
El cerebro humano representa una de las estructuras más fascinantes del universo conocido. Estamos hablando de 1,4 kilogramos de tejido que alberga 86 000 millones de neuronas, organizadas en dos hemisferios principales, cada uno dividido en cuatro lóbulos especializados. Esta masa aparentemente simple funciona como un puente extraordinario entre el mundo físico tangible y ese ámbito sutil donde habitan nuestros pensamientos, imaginación y voz interior.
La velocidad de transmisión neuronal varía dramáticamente según el tipo de fibra: desde 0.5 metros por segundo en fibras no mielinizadas hasta 120 m/s en las superautopistas mielinizadas. Esta variabilidad es fundamental para entender cómo diferentes procesos cognitivos operan a distintas velocidades: tu reflejo de retirar la mano del fuego viaja mucho más rápido que tu capacidad de filosofar sobre el dolor.
La sinapsis, ese espacio microscópico donde las neuronas se comunican mediante un ballet químico-eléctrico, constituye la base de absolutamente todo lo que eres. Percepción, atención, memoria, lenguaje, emociones, toma de decisiones, control motor... todo depende de estos pequeños saltos de información entre células. Cuando una neurona transmite repetidamente señales a otra, el espacio sináptico se potencia, facilitando futuras transmisiones y creando los surcos neurales que definen quién eres.
Tal es el poder de este órgano que múltiples culturas le atribuyen capacidades trascendentales. El cerebro-mente se concibe como el puente que nos conecta con lo divino, el todo, el universo o como quieras llamarle, a través de prácticas como la meditación, la oración o la manifestación. La neurociencia contemplativa demuestra que estas prácticas generan cambios estructurales medibles: los meditadores experimentados muestran mayor grosor de materia gris y mejor integración cortical.
Tu cerebro puede ser aterrador
Aquí viene el dato que cambia todo: tu cerebro consume aproximadamente el 20% de toda la glucosa que circula en tu sangre, pese a representar solo el 2% de tu peso corporal. Es literalmente el órgano más glotón de tu anatomía en términos energéticos. Cada neurona, cada sinapsis, cada pensamiento requiere un suministro constante de combustible.
La glucosa es el alimento preferido de las neuronas. Tu capacidad de concentración, memoria y procesamiento cognitivo depende directamente de un suministro estable de este azúcar simple. Pero aquí empieza el problema: para que la glucosa entre a las células (incluidas las neuronas), necesitas insulina.
La insulina funciona como una llave maestra que abre las puertas celulares para permitir la entrada de glucosa. Se produce en las células beta del páncreas y viaja por el torrente sanguíneo, indicándole a cada célula: "hey, aquí hay combustible disponible, ábrete". En condiciones normales, este sistema funciona con la precisión de un reloj suizo.
El drama comienza cuando este sistema elegante se enfrenta a un entorno para el cual jamás evolucionó. Nuestros genes prácticamente no han cambiado en 120 000 años, pero pasamos de comer ocasionalmente frutas silvestres y miel a bombardear nuestro sistema con azúcares refinados desde el desayuno hasta la cena.
Cuando produces insulina constantemente desde la infancia, tus células eventualmente dicen "basta". Los receptores se vuelven sordos a la señal hormonal, instalándose la resistencia a la insulina. Felicitaciones, acabas de ganar el boleto de entrada al club de las enfermedades metabólicas modernas.
Cuando tus células se vuelven resistentes a la insulina, tu cerebro hambriento de glucosa entra en pánico. Las neuronas no están recibiendo el combustible que necesitan, pese a que tu sangre está llena de azúcar. Es como morirse de sed en medio del océano.
Tu cerebro interpreta esta falta de combustible celular como una emergencia vital. Activa el modo supervivencia mediado por cortisol, la hormona del estrés. El mensaje es claro: "NECESITO ENERGÍA AHORA". Esto genera ansiedad intensa, irritabilidad, dificultad para concentrarse, fatiga mental y un hambre inacabable, específicamente por carbohidratos rápidos.
Felicitaciones, entraste en el loop
Cuando tu cerebro necesita glucosa → comes carbohidratos para calmarlo → sube el azúcar en sangre → se libera insulina → las células no responden adecuadamente → el cerebro sigue sin recibir suficiente combustible → más cortisol → más ansiedad → más antojos de azúcar → comes más carbohidratos. Cada vuelta del ciclo empeora la resistencia y aumenta la inflamación.
Este cortisol elevado sin propósito físico genera un estado de inflamación hasta reducir el tamaño de tu corteza prefrontal, la parte del cerebro responsable del control ejecutivo y la toma de decisiones racionales. Tu capacidad de decir "no" a esa dona se deteriora físicamente con cada ciclo. NO ERES TU CUANDO TIENES ESTE TIPO DE HAMBRE.
La inflamación crónica resultante constituye el sustrato de múltiples enfermedades autoinmunes. El sistema inmunológico, confundido por el estado inflamatorio constante, comienza a atacar tejidos propios. El síndrome del intestino permeable, donde la barrera intestinal se compromete permitiendo el paso de toxinas al torrente sanguíneo, agrava aún más la situación.
En este contexto, buscar alimentos realmente nutritivos se convierte necesariamente en un acto de resistencia política, ¡No porque yo quiera! Pero qué mierda! Entras a cualquier supermercado y el 95% de lo que encuentras es caca. Es pura comida pateada, o diseñado para mantenerte en este loop. Incluso en los supermercados “premium”, la mayoría de productos contienen ingredientes inflamatorios, incluso los que disfrazan de "saludable".
Comer versus nutrir
Los alimentos ultraprocesados se caracterizan por ser ricos en azúcares libres, grasas saturadas y sodio, con escaso contenido de fibras, proteínas, vitaminas y minerales. Su consumo se asocia directamente con aumento de morbimortalidad por enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2 y cáncer.
El eje intestino-cerebro mantiene comunicación bidireccional constante. Los neurotransmisores clave como dopamina y serotonina se producen mayoritariamente en el intestino: 50% y 90% respectivamente. Los ultraprocesados alteran la microbiota intestinal, generando disbiosis que afecta directamente tu estado mental y emocional.
Comer comida real se vuelve un statement político. Es reconocer que mientras tu cerebro siga atrapado en el bucle glucosa-insulina-cortisol, jamás tendrás la energía ni claridad mental para ver la realidad. Es entender que un cerebro inflamado y estresado es un cerebro dócil, predecible y controlable.
Las redes, por otro lado, nos mantienen atrapados a través de una manipulación sofisticada de los impulsos cada día más complejos. Si te costaba controlarte solo con imaginar comida, imagina lo que pasa cuando la ves en 4K, ASMR, optimizado para tu retención.
Los ultraprocesados son una delicia, pero literalmente destruyen nuestro sistema de recompensas. Las combinaciones altas de azúcar, grasa y sal crean una hiperpalatabilidad que condiciona al cerebro para desear más, más y más. Tu cerebro, ese órgano hambriento de glucosa, se vuelve adicto a los picos rápidos de azúcar que estos productos proporcionan.
Estamos hablando de "no-comida": productos que llenan sin nutrir, perpetuando el hambre a nivel celular. Tu cuerpo sigue pidiendo nutrientes que nunca llegan, generando un ciclo vicioso de consumo que beneficia a la industria mientras destruye tu salud.
El despertar de tu consciencia metabólica
La buena noticia es que el bucle puede romperse. El ayuno intermitente tiene buena fama porque ha demostrado ser una herramienta poderosa para revertir la resistencia a la insulina, con reducciones significativas en biomarcadores inflamatorios.
Lamentablemente, no se trata de llegar y decir hoy día como y mañana no. Al menos no sin supervisión médica.
Romper ese ciclo requiere entender primero que estás en él. Requiere ver a través del marketing, reconocer la no-comida como lo que es, y tomar decisiones conscientes sobre qué entra por tu boca. Lo peor de todo sí, es que requiere de mucha valentía para ir contra una corriente que —perdón que risa esto, pero justo va todo junto: romantiza la normalización del envenenamiento sistemático.
Lol.
El cerebro humano representa una de las estructuras más fascinantes del universo conocido. Estamos hablando de 1,4 kilogramos de tejido que alberga 86 000 millones de neuronas, organizadas en dos hemisferios principales, cada uno dividido en cuatro lóbulos especializados. Esta masa aparentemente simple funciona como un puente extraordinario entre el mundo físico tangible y ese ámbito sutil donde habitan nuestros pensamientos, imaginación y voz interior.
La velocidad de transmisión neuronal varía dramáticamente según el tipo de fibra: desde 0.5 metros por segundo en fibras no mielinizadas hasta 120 m/s en las superautopistas mielinizadas. Esta variabilidad es fundamental para entender cómo diferentes procesos cognitivos operan a distintas velocidades: tu reflejo de retirar la mano del fuego viaja mucho más rápido que tu capacidad de filosofar sobre el dolor.
La sinapsis, ese espacio microscópico donde las neuronas se comunican mediante un ballet químico-eléctrico, constituye la base de absolutamente todo lo que eres. Percepción, atención, memoria, lenguaje, emociones, toma de decisiones, control motor... todo depende de estos pequeños saltos de información entre células. Cuando una neurona transmite repetidamente señales a otra, el espacio sináptico se potencia, facilitando futuras transmisiones y creando los surcos neurales que definen quién eres.
Tal es el poder de este órgano que múltiples culturas le atribuyen capacidades trascendentales. El cerebro-mente se concibe como el puente que nos conecta con lo divino, el todo, el universo o como quieras llamarle, a través de prácticas como la meditación, la oración o la manifestación. La neurociencia contemplativa demuestra que estas prácticas generan cambios estructurales medibles: los meditadores experimentados muestran mayor grosor de materia gris y mejor integración cortical.
Tu cerebro puede ser aterrador
Aquí viene el dato que cambia todo: tu cerebro consume aproximadamente el 20% de toda la glucosa que circula en tu sangre, pese a representar solo el 2% de tu peso corporal. Es literalmente el órgano más glotón de tu anatomía en términos energéticos. Cada neurona, cada sinapsis, cada pensamiento requiere un suministro constante de combustible.
La glucosa es el alimento preferido de las neuronas. Tu capacidad de concentración, memoria y procesamiento cognitivo depende directamente de un suministro estable de este azúcar simple. Pero aquí empieza el problema: para que la glucosa entre a las células (incluidas las neuronas), necesitas insulina.
La insulina funciona como una llave maestra que abre las puertas celulares para permitir la entrada de glucosa. Se produce en las células beta del páncreas y viaja por el torrente sanguíneo, indicándole a cada célula: "hey, aquí hay combustible disponible, ábrete". En condiciones normales, este sistema funciona con la precisión de un reloj suizo.
El drama comienza cuando este sistema elegante se enfrenta a un entorno para el cual jamás evolucionó. Nuestros genes prácticamente no han cambiado en 120 000 años, pero pasamos de comer ocasionalmente frutas silvestres y miel a bombardear nuestro sistema con azúcares refinados desde el desayuno hasta la cena.
Cuando produces insulina constantemente desde la infancia, tus células eventualmente dicen "basta". Los receptores se vuelven sordos a la señal hormonal, instalándose la resistencia a la insulina. Felicitaciones, acabas de ganar el boleto de entrada al club de las enfermedades metabólicas modernas.
Cuando tus células se vuelven resistentes a la insulina, tu cerebro hambriento de glucosa entra en pánico. Las neuronas no están recibiendo el combustible que necesitan, pese a que tu sangre está llena de azúcar. Es como morirse de sed en medio del océano.
Tu cerebro interpreta esta falta de combustible celular como una emergencia vital. Activa el modo supervivencia mediado por cortisol, la hormona del estrés. El mensaje es claro: "NECESITO ENERGÍA AHORA". Esto genera ansiedad intensa, irritabilidad, dificultad para concentrarse, fatiga mental y un hambre inacabable, específicamente por carbohidratos rápidos.
Felicitaciones, entraste en el loop
Cuando tu cerebro necesita glucosa → comes carbohidratos para calmarlo → sube el azúcar en sangre → se libera insulina → las células no responden adecuadamente → el cerebro sigue sin recibir suficiente combustible → más cortisol → más ansiedad → más antojos de azúcar → comes más carbohidratos. Cada vuelta del ciclo empeora la resistencia y aumenta la inflamación.
Este cortisol elevado sin propósito físico genera un estado de inflamación hasta reducir el tamaño de tu corteza prefrontal, la parte del cerebro responsable del control ejecutivo y la toma de decisiones racionales. Tu capacidad de decir "no" a esa dona se deteriora físicamente con cada ciclo. NO ERES TU CUANDO TIENES ESTE TIPO DE HAMBRE.
La inflamación crónica resultante constituye el sustrato de múltiples enfermedades autoinmunes. El sistema inmunológico, confundido por el estado inflamatorio constante, comienza a atacar tejidos propios. El síndrome del intestino permeable, donde la barrera intestinal se compromete permitiendo el paso de toxinas al torrente sanguíneo, agrava aún más la situación.
En este contexto, buscar alimentos realmente nutritivos se convierte necesariamente en un acto de resistencia política, ¡No porque yo quiera! Pero qué mierda! Entras a cualquier supermercado y el 95% de lo que encuentras es caca. Es pura comida pateada, o diseñado para mantenerte en este loop. Incluso en los supermercados “premium”, la mayoría de productos contienen ingredientes inflamatorios, incluso los que disfrazan de "saludable".
Comer versus nutrir
Los alimentos ultraprocesados se caracterizan por ser ricos en azúcares libres, grasas saturadas y sodio, con escaso contenido de fibras, proteínas, vitaminas y minerales. Su consumo se asocia directamente con aumento de morbimortalidad por enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2 y cáncer.
El eje intestino-cerebro mantiene comunicación bidireccional constante. Los neurotransmisores clave como dopamina y serotonina se producen mayoritariamente en el intestino: 50% y 90% respectivamente. Los ultraprocesados alteran la microbiota intestinal, generando disbiosis que afecta directamente tu estado mental y emocional.
Comer comida real se vuelve un statement político. Es reconocer que mientras tu cerebro siga atrapado en el bucle glucosa-insulina-cortisol, jamás tendrás la energía ni claridad mental para ver la realidad. Es entender que un cerebro inflamado y estresado es un cerebro dócil, predecible y controlable.
Las redes, por otro lado, nos mantienen atrapados a través de una manipulación sofisticada de los impulsos cada día más complejos. Si te costaba controlarte solo con imaginar comida, imagina lo que pasa cuando la ves en 4K, ASMR, optimizado para tu retención.
Los ultraprocesados son una delicia, pero literalmente destruyen nuestro sistema de recompensas. Las combinaciones altas de azúcar, grasa y sal crean una hiperpalatabilidad que condiciona al cerebro para desear más, más y más. Tu cerebro, ese órgano hambriento de glucosa, se vuelve adicto a los picos rápidos de azúcar que estos productos proporcionan.
Estamos hablando de "no-comida": productos que llenan sin nutrir, perpetuando el hambre a nivel celular. Tu cuerpo sigue pidiendo nutrientes que nunca llegan, generando un ciclo vicioso de consumo que beneficia a la industria mientras destruye tu salud.
El despertar de tu consciencia metabólica
La buena noticia es que el bucle puede romperse. El ayuno intermitente tiene buena fama porque ha demostrado ser una herramienta poderosa para revertir la resistencia a la insulina, con reducciones significativas en biomarcadores inflamatorios.
Lamentablemente, no se trata de llegar y decir hoy día como y mañana no. Al menos no sin supervisión médica.
Romper ese ciclo requiere entender primero que estás en él. Requiere ver a través del marketing, reconocer la no-comida como lo que es, y tomar decisiones conscientes sobre qué entra por tu boca. Lo peor de todo sí, es que requiere de mucha valentía para ir contra una corriente que —perdón que risa esto, pero justo va todo junto: romantiza la normalización del envenenamiento sistemático.
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El cortisol debería ser enemigo de Estado
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