Te invito a que tu único "enemigo" sea la falsedad y las mentiras

¿Han notado cómo la gente™ le encanta pelear con enemigos imaginarios? Es como si necesitáramos villanos para nuestra película mental diaria. Y en esta búsqueda desesperada, quiero que coronemos a la falsedad como el enemigo público número uno.

En 1970, un japonés llamado Masahiro Mori nos regaló un concepto que estoy seguro de que han escuchado hablar: el valle inquietante. Esa sensación de rara que te da cuando algo se parece mucho a un humano, pero no termina de serlo. Como los robots del Boston Dynamics o los avatares del metaverso que nadie usa.

Pero ¿saben qué? Ya no necesitamos robots para sentir esa incomodidad. El valle inquietante ahora vive en cada perfil de redes sociales. Esas personas que son casi auténticas, casi reales, casi ellas mismas. Y nos molestan profundamente.

¿Por qué? Porque nuestro cerebro está programado para detectar inconsistencias. Es un mecanismo de supervivencia que ahora se activa cada vez que vemos a alguien presumiendo su "vida perfecta" mientras sabemos que vive con los papás y viene hace meses pagando el mínimo de la tarjeta.

Pero hay algo peor que el valle inquietante de los filtros: el valle inquietante del cinismo. Esa sensación visceral de asco cuando ves a un político sonriendo mientras admite su corrupción. Cuando un CEO despide a miles mientras se aumenta el bono. Cuando alguien te dice "así funciona el mundo, acostúmbrate" con una sonrisa de superioridad.

La falsedad real vs. las máscaras cotidianas

No toda "falsedad" es igual. Existe una diferencia abismal entre ponerte tu mejor cara para una entrevista de trabajo y construir toda una identidad falsa para estafar emocionalmente a las personas.

La verdadera falsedad, esa que sí merece ser nuestro único enemigo, es la que manipula, explota y daña. Es la del gurú que te vende el curso de criptomonedas sabiendo que vas a perderlo todo, por pendejo. La del influencer que promociona productos que jamás usaría. La del político que promete lo que sabe que no cumplirá. La tarotista ñuñoína que se aprovecha de tu desesperación para culpar a la luna de tu inmadurez emocional.

Esa falsedad tóxica es diferente a las pequeñas performances sociales que todos hacemos. El autoengaño tiene un efecto adaptativo. A veces necesitamos creernos nuestras propias mentirijillas para seguir adelante.

Hasta el 70% de la población mundial ha estado expuesta a noticias falsas, o mejor dicho, desinformación. Y aquí, si tenemos un problema real.

Los verdaderos falsos no son la señora que dice tener 45 cuando tiene 52. Son los arquitectos de la desinformación masiva. Los que crean deepfakes para destruir reputaciones. Los que manipulan algoritmos para radicalizar a la gente. Los que monetizan odio y miedo.

Estos sí son enemigos reales. No porque sean "diferentes" o "raros", sino porque su falsedad tiene consecuencias medibles: democracias debilitadas, familias destruidas, adolescentes con trastornos alimenticios por perseguir cuerpos imposibles.

El cinismo como arma de destrucción masiva

Pero hay una forma de falsedad aún más venenosa: el cinismo. Y aquí es donde deberían sonar todas las alarmas.

El político cínico no es simplemente el que miente. Es el que sabe que miente, sabe que tú sabes que miente, y, aun así, lo hace con una sonrisa. Es el que te dice en tu cara "sí, robé, ¿y qué?" Es el que convierte la corrupción en chiste, la injusticia en meme, el sufrimiento ajeno en oportunidad de foto.

¿Saben qué es lo más perturbador? Que el cinismo es contagioso. Cuando un político dice con descaro "todos roban", no solo está justificando su corrupción. Está inoculando cinismo en toda la sociedad. Está diciéndote que ser honesto es ser weón, que tener principios es ser ingenuo, que la única forma de sobrevivir es ser igual de podrido que ellos.

Y ahí es donde nos jodieron. Porque el cinismo masivo es el cáncer terminal de cualquier sociedad. Cuando todos asumimos que todos mienten, que todo está arreglado, que nada vale la pena, dejamos de luchar. Nos convertimos en NPC de nuestra propia vida, repitiendo "es lo que hay" mientras el mundo se pudre a nuestro alrededor.

El cínico profesional —sea político, empresario o influencer— no solo miente. Celebra la mentira. La convierte en estrategia. Te la vende como "realismo" o "madurez". Te dice que si no eres cínico, eres un iluso. Que si crees en algo, eres un tonto. Que si tienes esperanza, no entiendes cómo funciona el mundo.

Esos son los verdaderos enemigos. No porque sean mentirosos, sino porque capitalizan el cinismo para justificar lo injustificable. Para normalizar lo inaceptable. Para convertir nuestra indignación legítima en resignación crónica.

La lucha contra las fake news se ha convertido en una industria multimillonaria. Tenemos fact-checkers, algoritmos anti-deepfake, y expertos en detectar mentiras.

Pero cuidado: los propios verificadores tienen sesgos. A veces la cacería de brujas se vuelve más peligrosa que las brujas mismas. Cuando empezamos a ver falsedad en todos lados, terminamos paranoicos, incapaces de confiar en nada ni nadie.

La belleza de reconocer al enemigo correcto

Y aquí viene la parte que importa: cuando identificas correctamente a la falsedad tóxica, empiezas a ver la belleza de las imperfecciones humanas normales.

Ese amigo que exagera sus historias, pero lo hace para entretenerte, no para manipularte. La vecina que maquilla sus problemas, pero sigue siendo solidaria cuando la necesitas. El vendedor ambulante que le pone teatro a su pitch, pero realmente cree en su producto.

Hay una diferencia fundamental entre performar (todos lo hacemos) y falsificar con intención de dañar. Entre usar un filtro de TikTok y crear una identidad completamente falsa para estafar viejitos por internet.

La falsedad que merece ser combatida tiene características específicas:

  • Intención de daño: No es lo mismo mentir sobre tu edad en Tinder que crear un perfil falso para extorsionar.

  • Escala del engaño: Una cosa es decir "estoy bien" cuando estás mal, otra es fingir tener cáncer para recaudar fondos.

  • Beneficio asimétrico: Cuando alguien gana mucho mintiendo, mientras otros pierden todo creyendo.

  • Cinismo como arma: Cuando alguien no solo miente, sino que se jacta de mentir y te hace sentir estúpido por creer en la verdad.

La disonancia cognitiva nos hace minimizar nuestras mentiras y maximizar las ajenas. Pero si somos honestos, sabemos distinguir entre la mentira piadosa y la estafa emocional.

El hack: todo es mentira hasta que pueda ver y tocar

En esta guía de supervivencia para el Antropoceno, el hack no es volverse un detective de la verdad absoluta. Es desarrollar discernimiento para distinguir entre:

1. La falsedad tóxica que destruye vidas, democracias y futuros.

2. Las máscaras sociales que todos usamos para navegar el mundo.

3. Las narrativas personales que nos contamos para sobrevivir.

La solución no es eliminar toda falsedad (imposible) ni abrazarla toda (peligroso). Es desarrollar tolerancia a la ambigüedad mientras mantenemos tolerancia cero con quienes hacen de la mentira un estilo de vida.

Porque sí, en un mundo lleno de enemigos imaginarios —los inmigrantes, los millennials, los boomers, o cualquier grupo que sea tendencia odiar—, la falsedad manipuladora y el cinismo institucionalizado son los únicos enemigos que valen la pena combatir.

No la señora con filtros de perrito. No el tipo que dice que fue al gym cuando fue al McDonald's. Si no los profesionales del engaño, los diseñadores de desinformación, los cínicos que normalizan la delincuencia, o políticos que convierten la mentira en negocio y el cinismo en cultura país.

Esos sí. Esos son el enemigo. Y reconocerlos es el primer paso para no convertirnos en ellos. Porque la única forma de combatir el cinismo no es con más cinismo, sino con la radical decisión de seguir creyendo que las cosas pueden ser diferentes. Aunque te llamen ingenuo. O no, especialmente si te llaman ingenuo.

Te invito a que tu único "enemigo" sea la falsedad y las mentiras

¿Han notado cómo la gente™ le encanta pelear con enemigos imaginarios? Es como si necesitáramos villanos para nuestra película mental diaria. Y en esta búsqueda desesperada, quiero que coronemos a la falsedad como el enemigo público número uno.

En 1970, un japonés llamado Masahiro Mori nos regaló un concepto que estoy seguro de que han escuchado hablar: el valle inquietante. Esa sensación de rara que te da cuando algo se parece mucho a un humano, pero no termina de serlo. Como los robots del Boston Dynamics o los avatares del metaverso que nadie usa.

Pero ¿saben qué? Ya no necesitamos robots para sentir esa incomodidad. El valle inquietante ahora vive en cada perfil de redes sociales. Esas personas que son casi auténticas, casi reales, casi ellas mismas. Y nos molestan profundamente.

¿Por qué? Porque nuestro cerebro está programado para detectar inconsistencias. Es un mecanismo de supervivencia que ahora se activa cada vez que vemos a alguien presumiendo su "vida perfecta" mientras sabemos que vive con los papás y viene hace meses pagando el mínimo de la tarjeta.

Pero hay algo peor que el valle inquietante de los filtros: el valle inquietante del cinismo. Esa sensación visceral de asco cuando ves a un político sonriendo mientras admite su corrupción. Cuando un CEO despide a miles mientras se aumenta el bono. Cuando alguien te dice "así funciona el mundo, acostúmbrate" con una sonrisa de superioridad.

La falsedad real vs. las máscaras cotidianas

No toda "falsedad" es igual. Existe una diferencia abismal entre ponerte tu mejor cara para una entrevista de trabajo y construir toda una identidad falsa para estafar emocionalmente a las personas.

La verdadera falsedad, esa que sí merece ser nuestro único enemigo, es la que manipula, explota y daña. Es la del gurú que te vende el curso de criptomonedas sabiendo que vas a perderlo todo, por pendejo. La del influencer que promociona productos que jamás usaría. La del político que promete lo que sabe que no cumplirá. La tarotista ñuñoína que se aprovecha de tu desesperación para culpar a la luna de tu inmadurez emocional.

Esa falsedad tóxica es diferente a las pequeñas performances sociales que todos hacemos. El autoengaño tiene un efecto adaptativo. A veces necesitamos creernos nuestras propias mentirijillas para seguir adelante.

Hasta el 70% de la población mundial ha estado expuesta a noticias falsas, o mejor dicho, desinformación. Y aquí, si tenemos un problema real.

Los verdaderos falsos no son la señora que dice tener 45 cuando tiene 52. Son los arquitectos de la desinformación masiva. Los que crean deepfakes para destruir reputaciones. Los que manipulan algoritmos para radicalizar a la gente. Los que monetizan odio y miedo.

Estos sí son enemigos reales. No porque sean "diferentes" o "raros", sino porque su falsedad tiene consecuencias medibles: democracias debilitadas, familias destruidas, adolescentes con trastornos alimenticios por perseguir cuerpos imposibles.

El cinismo como arma de destrucción masiva

Pero hay una forma de falsedad aún más venenosa: el cinismo. Y aquí es donde deberían sonar todas las alarmas.

El político cínico no es simplemente el que miente. Es el que sabe que miente, sabe que tú sabes que miente, y, aun así, lo hace con una sonrisa. Es el que te dice en tu cara "sí, robé, ¿y qué?" Es el que convierte la corrupción en chiste, la injusticia en meme, el sufrimiento ajeno en oportunidad de foto.

¿Saben qué es lo más perturbador? Que el cinismo es contagioso. Cuando un político dice con descaro "todos roban", no solo está justificando su corrupción. Está inoculando cinismo en toda la sociedad. Está diciéndote que ser honesto es ser weón, que tener principios es ser ingenuo, que la única forma de sobrevivir es ser igual de podrido que ellos.

Y ahí es donde nos jodieron. Porque el cinismo masivo es el cáncer terminal de cualquier sociedad. Cuando todos asumimos que todos mienten, que todo está arreglado, que nada vale la pena, dejamos de luchar. Nos convertimos en NPC de nuestra propia vida, repitiendo "es lo que hay" mientras el mundo se pudre a nuestro alrededor.

El cínico profesional —sea político, empresario o influencer— no solo miente. Celebra la mentira. La convierte en estrategia. Te la vende como "realismo" o "madurez". Te dice que si no eres cínico, eres un iluso. Que si crees en algo, eres un tonto. Que si tienes esperanza, no entiendes cómo funciona el mundo.

Esos son los verdaderos enemigos. No porque sean mentirosos, sino porque capitalizan el cinismo para justificar lo injustificable. Para normalizar lo inaceptable. Para convertir nuestra indignación legítima en resignación crónica.

La lucha contra las fake news se ha convertido en una industria multimillonaria. Tenemos fact-checkers, algoritmos anti-deepfake, y expertos en detectar mentiras.

Pero cuidado: los propios verificadores tienen sesgos. A veces la cacería de brujas se vuelve más peligrosa que las brujas mismas. Cuando empezamos a ver falsedad en todos lados, terminamos paranoicos, incapaces de confiar en nada ni nadie.

La belleza de reconocer al enemigo correcto

Y aquí viene la parte que importa: cuando identificas correctamente a la falsedad tóxica, empiezas a ver la belleza de las imperfecciones humanas normales.

Ese amigo que exagera sus historias, pero lo hace para entretenerte, no para manipularte. La vecina que maquilla sus problemas, pero sigue siendo solidaria cuando la necesitas. El vendedor ambulante que le pone teatro a su pitch, pero realmente cree en su producto.

Hay una diferencia fundamental entre performar (todos lo hacemos) y falsificar con intención de dañar. Entre usar un filtro de TikTok y crear una identidad completamente falsa para estafar viejitos por internet.

La falsedad que merece ser combatida tiene características específicas:

  • Intención de daño: No es lo mismo mentir sobre tu edad en Tinder que crear un perfil falso para extorsionar.

  • Escala del engaño: Una cosa es decir "estoy bien" cuando estás mal, otra es fingir tener cáncer para recaudar fondos.

  • Beneficio asimétrico: Cuando alguien gana mucho mintiendo, mientras otros pierden todo creyendo.

  • Cinismo como arma: Cuando alguien no solo miente, sino que se jacta de mentir y te hace sentir estúpido por creer en la verdad.

La disonancia cognitiva nos hace minimizar nuestras mentiras y maximizar las ajenas. Pero si somos honestos, sabemos distinguir entre la mentira piadosa y la estafa emocional.

El hack: todo es mentira hasta que pueda ver y tocar

En esta guía de supervivencia para el Antropoceno, el hack no es volverse un detective de la verdad absoluta. Es desarrollar discernimiento para distinguir entre:

1. La falsedad tóxica que destruye vidas, democracias y futuros.

2. Las máscaras sociales que todos usamos para navegar el mundo.

3. Las narrativas personales que nos contamos para sobrevivir.

La solución no es eliminar toda falsedad (imposible) ni abrazarla toda (peligroso). Es desarrollar tolerancia a la ambigüedad mientras mantenemos tolerancia cero con quienes hacen de la mentira un estilo de vida.

Porque sí, en un mundo lleno de enemigos imaginarios —los inmigrantes, los millennials, los boomers, o cualquier grupo que sea tendencia odiar—, la falsedad manipuladora y el cinismo institucionalizado son los únicos enemigos que valen la pena combatir.

No la señora con filtros de perrito. No el tipo que dice que fue al gym cuando fue al McDonald's. Si no los profesionales del engaño, los diseñadores de desinformación, los cínicos que normalizan la delincuencia, o políticos que convierten la mentira en negocio y el cinismo en cultura país.

Esos sí. Esos son el enemigo. Y reconocerlos es el primer paso para no convertirnos en ellos. Porque la única forma de combatir el cinismo no es con más cinismo, sino con la radical decisión de seguir creyendo que las cosas pueden ser diferentes. Aunque te llamen ingenuo. O no, especialmente si te llaman ingenuo.

Te invito a que tu único "enemigo" sea la falsedad y las mentiras

¿Han notado cómo la gente™ le encanta pelear con enemigos imaginarios? Es como si necesitáramos villanos para nuestra película mental diaria. Y en esta búsqueda desesperada, quiero que coronemos a la falsedad como el enemigo público número uno.

En 1970, un japonés llamado Masahiro Mori nos regaló un concepto que estoy seguro de que han escuchado hablar: el valle inquietante. Esa sensación de rara que te da cuando algo se parece mucho a un humano, pero no termina de serlo. Como los robots del Boston Dynamics o los avatares del metaverso que nadie usa.

Pero ¿saben qué? Ya no necesitamos robots para sentir esa incomodidad. El valle inquietante ahora vive en cada perfil de redes sociales. Esas personas que son casi auténticas, casi reales, casi ellas mismas. Y nos molestan profundamente.

¿Por qué? Porque nuestro cerebro está programado para detectar inconsistencias. Es un mecanismo de supervivencia que ahora se activa cada vez que vemos a alguien presumiendo su "vida perfecta" mientras sabemos que vive con los papás y viene hace meses pagando el mínimo de la tarjeta.

Pero hay algo peor que el valle inquietante de los filtros: el valle inquietante del cinismo. Esa sensación visceral de asco cuando ves a un político sonriendo mientras admite su corrupción. Cuando un CEO despide a miles mientras se aumenta el bono. Cuando alguien te dice "así funciona el mundo, acostúmbrate" con una sonrisa de superioridad.

La falsedad real vs. las máscaras cotidianas

No toda "falsedad" es igual. Existe una diferencia abismal entre ponerte tu mejor cara para una entrevista de trabajo y construir toda una identidad falsa para estafar emocionalmente a las personas.

La verdadera falsedad, esa que sí merece ser nuestro único enemigo, es la que manipula, explota y daña. Es la del gurú que te vende el curso de criptomonedas sabiendo que vas a perderlo todo, por pendejo. La del influencer que promociona productos que jamás usaría. La del político que promete lo que sabe que no cumplirá. La tarotista ñuñoína que se aprovecha de tu desesperación para culpar a la luna de tu inmadurez emocional.

Esa falsedad tóxica es diferente a las pequeñas performances sociales que todos hacemos. El autoengaño tiene un efecto adaptativo. A veces necesitamos creernos nuestras propias mentirijillas para seguir adelante.

Hasta el 70% de la población mundial ha estado expuesta a noticias falsas, o mejor dicho, desinformación. Y aquí, si tenemos un problema real.

Los verdaderos falsos no son la señora que dice tener 45 cuando tiene 52. Son los arquitectos de la desinformación masiva. Los que crean deepfakes para destruir reputaciones. Los que manipulan algoritmos para radicalizar a la gente. Los que monetizan odio y miedo.

Estos sí son enemigos reales. No porque sean "diferentes" o "raros", sino porque su falsedad tiene consecuencias medibles: democracias debilitadas, familias destruidas, adolescentes con trastornos alimenticios por perseguir cuerpos imposibles.

El cinismo como arma de destrucción masiva

Pero hay una forma de falsedad aún más venenosa: el cinismo. Y aquí es donde deberían sonar todas las alarmas.

El político cínico no es simplemente el que miente. Es el que sabe que miente, sabe que tú sabes que miente, y, aun así, lo hace con una sonrisa. Es el que te dice en tu cara "sí, robé, ¿y qué?" Es el que convierte la corrupción en chiste, la injusticia en meme, el sufrimiento ajeno en oportunidad de foto.

¿Saben qué es lo más perturbador? Que el cinismo es contagioso. Cuando un político dice con descaro "todos roban", no solo está justificando su corrupción. Está inoculando cinismo en toda la sociedad. Está diciéndote que ser honesto es ser weón, que tener principios es ser ingenuo, que la única forma de sobrevivir es ser igual de podrido que ellos.

Y ahí es donde nos jodieron. Porque el cinismo masivo es el cáncer terminal de cualquier sociedad. Cuando todos asumimos que todos mienten, que todo está arreglado, que nada vale la pena, dejamos de luchar. Nos convertimos en NPC de nuestra propia vida, repitiendo "es lo que hay" mientras el mundo se pudre a nuestro alrededor.

El cínico profesional —sea político, empresario o influencer— no solo miente. Celebra la mentira. La convierte en estrategia. Te la vende como "realismo" o "madurez". Te dice que si no eres cínico, eres un iluso. Que si crees en algo, eres un tonto. Que si tienes esperanza, no entiendes cómo funciona el mundo.

Esos son los verdaderos enemigos. No porque sean mentirosos, sino porque capitalizan el cinismo para justificar lo injustificable. Para normalizar lo inaceptable. Para convertir nuestra indignación legítima en resignación crónica.

La lucha contra las fake news se ha convertido en una industria multimillonaria. Tenemos fact-checkers, algoritmos anti-deepfake, y expertos en detectar mentiras.

Pero cuidado: los propios verificadores tienen sesgos. A veces la cacería de brujas se vuelve más peligrosa que las brujas mismas. Cuando empezamos a ver falsedad en todos lados, terminamos paranoicos, incapaces de confiar en nada ni nadie.

La belleza de reconocer al enemigo correcto

Y aquí viene la parte que importa: cuando identificas correctamente a la falsedad tóxica, empiezas a ver la belleza de las imperfecciones humanas normales.

Ese amigo que exagera sus historias, pero lo hace para entretenerte, no para manipularte. La vecina que maquilla sus problemas, pero sigue siendo solidaria cuando la necesitas. El vendedor ambulante que le pone teatro a su pitch, pero realmente cree en su producto.

Hay una diferencia fundamental entre performar (todos lo hacemos) y falsificar con intención de dañar. Entre usar un filtro de TikTok y crear una identidad completamente falsa para estafar viejitos por internet.

La falsedad que merece ser combatida tiene características específicas:

  • Intención de daño: No es lo mismo mentir sobre tu edad en Tinder que crear un perfil falso para extorsionar.

  • Escala del engaño: Una cosa es decir "estoy bien" cuando estás mal, otra es fingir tener cáncer para recaudar fondos.

  • Beneficio asimétrico: Cuando alguien gana mucho mintiendo, mientras otros pierden todo creyendo.

  • Cinismo como arma: Cuando alguien no solo miente, sino que se jacta de mentir y te hace sentir estúpido por creer en la verdad.

La disonancia cognitiva nos hace minimizar nuestras mentiras y maximizar las ajenas. Pero si somos honestos, sabemos distinguir entre la mentira piadosa y la estafa emocional.

El hack: todo es mentira hasta que pueda ver y tocar

En esta guía de supervivencia para el Antropoceno, el hack no es volverse un detective de la verdad absoluta. Es desarrollar discernimiento para distinguir entre:

1. La falsedad tóxica que destruye vidas, democracias y futuros.

2. Las máscaras sociales que todos usamos para navegar el mundo.

3. Las narrativas personales que nos contamos para sobrevivir.

La solución no es eliminar toda falsedad (imposible) ni abrazarla toda (peligroso). Es desarrollar tolerancia a la ambigüedad mientras mantenemos tolerancia cero con quienes hacen de la mentira un estilo de vida.

Porque sí, en un mundo lleno de enemigos imaginarios —los inmigrantes, los millennials, los boomers, o cualquier grupo que sea tendencia odiar—, la falsedad manipuladora y el cinismo institucionalizado son los únicos enemigos que valen la pena combatir.

No la señora con filtros de perrito. No el tipo que dice que fue al gym cuando fue al McDonald's. Si no los profesionales del engaño, los diseñadores de desinformación, los cínicos que normalizan la delincuencia, o políticos que convierten la mentira en negocio y el cinismo en cultura país.

Esos sí. Esos son el enemigo. Y reconocerlos es el primer paso para no convertirnos en ellos. Porque la única forma de combatir el cinismo no es con más cinismo, sino con la radical decisión de seguir creyendo que las cosas pueden ser diferentes. Aunque te llamen ingenuo. O no, especialmente si te llaman ingenuo.

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